Erll, Astrid. 2012. Memoria colectiva y culturas del recuerdo. Estudio introductorio. Johanna Córdoba, Tatjana Louis (tradd.) Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales; Uniandes. Bogotá, Colombia.
Reseña elaborado por Diana Sofía Sánchez Hernández, Universidad de Guadalajara
A partir del último tercio del siglo XX, la memoria cobra relevancia como tema de reflexión y debate en relación con el problema de la representación del pasado. Ante la dispersión de publicaciones sobre estos conceptos, el libro de Astrid Erll aporta una revisión diacrónica de las investigaciones sobre la memoria y al mismo tiempo propone una sistematización del amplio espectro teórico generado tanto en Europa como en Estados Unidos. Presentado como un manual, Erll subraya en el prólogo el carácter introductorio y didáctico de su libro, el cual se inserta en el marco de las ciencias de la cultura de Alemania. Específicamente, su investigación es producto de los debates y las reflexiones en torno a las culturas del recuerdo, promovidos por la Unidad de Investigación Especializada 434 de Gießen, adscrita a la Universidad Justus Liebig Gießen.
El enfoque teórico-metodológico de Astrid Erll se sustenta en la convicción de que los conceptos de la memoria y el recuerdo trascienden los ámbitos culturales, las disciplinas y las naciones. Desde esta perspectiva, el problema de la memoria y su relación con la cultura sólo pueden ser comprendidos y explicados desde un enfoque interdisciplinario. La similitud en los objetos de estudio de la psicología, la literatura, la historia, la sociología, las neurociencias, etc., es un síntoma de la necesidad de establecer un diálogo entre las ciencias sociales, las ciencias naturales y las humanidades. Aun cuando existe el riesgo de homogeneizar en la memoria fenómenos diversos, Erll supone un estudio parcial de los mismos si se les analiza de forma aislada. En este sentido, el “centro de este libro” –indica la autora– “también yace de manera necesaria en la dimensión transdisciplinaria e internacional de la investigación sobre la memoria”. A lo anterior se pueden plantear las siguientes inquietudes: “¿Se puede, o bien, es lícito reunir procesos individuales de conciencia, mitos, monumentos, debates sobre monumentos, autobiografías y la contemplación de fotos en el círculo familiar en el concepto modelo de memoria colectiva? ¿O lo que se está haciendo con esto es ampliar el concepto de manera exagerada o ilícita? ¿Se corre el peligro de que la memoria se convierta en un catch-all category?” (7). La actitud de la autora ante estos cuestionamientos es optimista: ella admite como indispensable ampliar el sentido de los conceptos para posteriormente establecer sus deslindes. Precisamente, lo que consideramos la primera parte del libro, los capítulos II, III y IV, tratan sobre los aportes teóricos de diversas investigaciones alemanas, francesas, italianas, británicas, norteamericanas en torno a la memoria, la memoria colectiva y la memoria como cultura. En los últimos tres capítulos (V a VII), que conforman la segunda parte de la investigación, se desarrolla la propuesta teórica de la autora en la que analiza el concepto de “medio”, la trascendencia de la literatura como medio de la cultura de la memoria y los diversos modos de la retórica de la memoria en los textos literarios.
El propósito que orienta la exhaustiva investigación de la autora radica en subrayar la importancia del aspecto sociocultural en la construcción de los recuerdos del individuo. En este sentido, la autora teje paulatinamente el sustento teórico que explica la correlación de la memoria individual con la memoria colectiva. Los autores cuyos enfoques teóricos Erll traza al inicio del segundo capítulo son Maurice Halbwachs (1877-1945) y Aby Warburg (1866-1989); ambos son considerados por los estudios culturales como los principales precursores de los debates en torno a la memoria. Posteriormente, Erll aborda los trabajos publicados a finales de los ochenta: Lieux de memoire de Pierre Nora y las diversas obras de Aleida y Jan Assmann, autores que cimentarán los estudios de la memoria cultural.
El aporte de Aleida y Jan Assmann, explica Astried Erll, se encuentra en el rigor teórico y metodológico de su trabajo para el esclarecimiento del concepto de la memoria colectiva. Así, el mérito de los Assmann, dice la autora, radica en “haber mostrado –de una manera sistemática, conceptualmente diferenciada y teóricamente fundamentada– la relación que hay entre cultura y memoria” (37). La memoria cultural se define, según Jan Assmann, como un conjunto de “textos, imágenes y ritos que se utilizan o se practican de manera permanente” por medio de los que un grupo consigue transmitir la imagen que tiene de sí mismo, su conocimiento sobre el pasado y, a través de este conocimiento, “su conciencia de unidad y particularidad” (38). Aunque considera la oralidad y la escritura como medios esenciales de la memoria cultural, Astrid Erll reconoce que Jan Assmann enfatiza la importancia de la escritura como un medio que permite estrechar los vínculos entre la identidad política y la memoria cultural, puesto que a través de los textos normativos y formativos se crea el sentido cultural de la comunidad. Otro de los aportes de ambos teóricos que Erll pone en relieve es la inclusión del olvido. Así, la memoria cultural posee, por una parte, “el modo de la potencialidad en cuanto archivo, en cuanto horizonte total [propio de la memoria de almacenamiento], pero también el modo de la actualidad [esto es, del aspecto funcional de la memoria]” (44). A partir de la combinación de ambos rasgos en la memoria cultural es posible reconocer las transformaciones en la tradición de una cultura y reconocer su selección y sus omisiones. Con ello no sólo se renueva el concepto de tradición sino que se permite analizar su transformación.
El quinto y último apartado sobre la historia de las investigaciones sobre la memoria está dedicado a la Unidad de Investigación Especializada 434 de Gießen (1997), lugar en el que Astrid Erll realizó su investigación. Según explica la autora, el objetivo originario de este grupo interdisciplinario fue confrontar el concepto “memoria cultural” propuesto por Aleida y Jan Assmann con un concepto que pusiera en primer plano “la dinámica, la creatividad, el carácter procesual y, sobre todo, la pluralidad del recuerdo cultural” (45). La UIE creó entonces la noción “culturas del recuerdo”. A partir de esta noción fue posible establecer un acercamiento tanto diacrónico como sincrónico al estudio de las relaciones que establecen las sociedades con el pasado, sin perder de vista el rigor teórico y metodológico. De hecho, Astrid Erll destaca tres niveles de análisis: a) las condiciones necesarias del recuerdo, b) la configuración de culturas específicas del recuerdo y c) la cultura del recuerdo hegemónica y la competencia entre culturas del recuerdo (45-52). Además, a diferencia de Jan y Aleida Assmann, quienes se enfocan en las formas textuales como elementos mnemoculturales, las “culturas del recuerdo” incorporan otros objetos como medios de la memoria, entre ellos, Erll menciona la arquitectura, la literatura, el cuerpo, los jardines, etc. Para la investigadora, éste es el contexto actual de los estudios de la memoria desde las ciencias de la cultura.
Después de exponer un panorama sobre los precursores principales en torno a los debates de la memoria colectiva, la autora regresa a los antecedentes de las distintas definiciones y discusiones acerca de la memoria, tomando en cuenta el aporte teórico que han hecho diversas áreas del conocimiento. En el tercer capítulo, donde se ocupa de dicho tema, la autora establece los vínculos entre las ciencias sociales, la historia, la literatura, la psicología y las neurociencias. Erll continúa así con la misma estrategia panorámica propuesta en la presentación; pero, en este caso, el objetivo es establecer un cruce de ideas entre Halbwachs, Warburg, Nora y Aleida y Jan Assmann y las consideraciones teóricas de figuras como Jacques Le Goff, Bernard Lewis, Peter Burke, Paul Ricœur, Michel Foucault, entre otros. Privilegia, así, un acercamiento sincrónico del uso del concepto de la memoria sin dejar de lado el seguimiento cronológico.
El primer deslinde que establece la autora es entre la historia y la memoria. Enfática, concluye: “La historia no es la única forma simbólica de relación con el pasado. También la religión, el mito y la literatura contribuyen a la construcción de la memoria colectiva” (59). Al respecto, vincula el tema de la memoria con el problema de la intertextualidad, la construcción del canon y el auge de nuevas denominaciones estilísticas: “la novela autobiográfica de la memoria”, “novela autobiográfica del recuerdo”, “novela comunitaria de la memoria” y la “novela sociobiográfica del recuerdo”. Más que enfatizar la preeminencia o validez de alguno de estos conceptos, Astrid Erll, apoyada en los trabajos de Assmann, subraya el papel de la literatura en la constante revisión y renovación de la memoria colectiva, tema sobre el que volverá en los últimos dos capítulos.
En este mismo apartado enlista una serie de trabajos que se dedican a las representaciones de la historia y la memoria en contextos específicos. Se desplaza del ámbito teórico a la práctica de los estudios sobre las culturas del recuerdo. En ellos subraya el cruce interdisciplinario para la explicación y la formulación de nuevas preguntas para abordar distintos fenómenos en torno a las representaciones del pasado. Menciona, por ejemplo, el trabajo de Dominick LaCapra sobre el holocausto. También aborda los temas de la memoria, la tradición y el archivo en relación con trabajos que exploran una “historia ya concluida”, como las investigaciones de Gerhard Oexle en torno a la memoria medieval (63). La mención de este último autor es relevante pues su propuesta sobre la “memoria como cultura” y el deslinde de las Ars Memorativa de las condiciones culturales llevan a señalar a Astrid Erll el posible vínculo de su investigación con los objetos de estudio acostumbrados en los campos de la historia del arte y la literatura.
Concluye este apartado con la exploración del fenómeno de la memoria desde el punto de vista mental: expone un seguimiento histórico de los conceptos empleados por la psicología cognitiva, social y la neuropsicología. El eje que une a las tres disciplinas es el enfoque de la dimensión sociocultural del recuerdo, en el que se insiste en incorporar al individuo –el objeto de estudio– dentro de su contexto. Menciona al psicólogo británico sir Frederic C. Barlett como el precursor de dichas investigaciones, el cual dialogará a su vez con la investigación de Halbwachs y su reflexión en torno a los cadres sociaux. Con mayor precisión que las reflexiones teóricas precedentes, en la perspectiva actual de la investigación psicológica de la memoria se proponen los siguientes sistemas: 1. el explícito o declarativo, que se subdivide en memoria semántica (un conocimiento ahistórico y aislado de su contexto) y memoria episódica y autobiográfica (vinculada con la impresión subjetiva de “revivir” el pasado); y 2. el sistema implícito que se distingue por tener dos formas principales: la memoria procedimental (Henri Bergson) y la predisposición (priming perceptual y conceptual). El primero, el sistema explícito, corresponde al ámbito consciente del individuo, el segundo a un estado no consciente. Los resultados de la neurobiología de la memoria complementan y refuerzan en cierto modo tanto los estudios de la psicología cognitiva como las hipótesis y teorías que Astrid Erll ha presentado en el capítulo teórico. La memoria, al parecer, no ocupa un lugar fijo; todas las regiones del cerebro se activan en el proceso de recordar; el cerebro activa regiones distintas si se evocan hechos positivos o negativos del pasado y finalmente, lo más importante desde los propósitos del libro, las emociones –definidas social y culturalmente– determinan la conciencia, la memoria y las decisiones del individuo.
En el cuarto capítulo, Astrid Erll vuelve sobre la importancia de la interrelación entre la memoria individual y la memoria colectiva, integrando la perspectiva de las neurociencias: “no hay ninguna memoria individual precultural; pero tampoco hay una cultura que se separe del individuo y que sólo se encarne en los medios y las instituciones” (135). La memoria colectiva es, entonces, “una fuerza integradora [...] que permite entender la relación entre tradición y canon, monumentos y conciencia histórica, conversación familiar y conexiones neuronales” (136). Para evitar el riesgo de la dispersión, vuelve sobre el tema de los archivos, los monumentos y la literatura para reformular su definición advirtiendo una posible objeción a la ampliación de los objetos de la memoria: “no son memoria [en sí mismos] [...] son medios al servicio de la memoria colectiva que codifican y pueden motivar el recuerdo o el olvido [...] las universidades, los archivos funcionan como instituciones de la memoria colectiva, que infieren, administran y transmiten la información por conservar” (136). En correspondencia con esta aclaración, la memoria colectiva se define, entonces, como un concepto genérico, una “fuerza integradora” que permite explicar las relaciones entre tradición, canon, monumentos, conciencia histórica y conexiones neuronales. Esta afirmación establece un puente de enlace con los capítulos V, VI y VII, la segunda parte de la investigación de Astrid Erll.
En los capítulos mencionados la autora continúa con el seguimiento detallado de los conceptos que ha presentado a lo largo de su trabajo e incorpora dos temas que forman parte de los estudios de las culturas del recuerdo: primero, aborda el problema de los medios, la definición de los medios de comunicación y su vínculo con la memoria; después, con detenimiento, expone el papel de la literatura en las culturas del recuerdo y su función como medio al servicio de la memoria colectiva.
Los medios, explica Astrid Erll, participan de la construcción de la memoria. En ellos es posible identificar la relación de una colectividad con los procesos temporales. A partir de la reflexión de Jan y Aleida Assmann, acentúa el carácter significativo de los medios para el conocimiento de la realidad: Todo lo que se sabe, piensa y dice sobre el mundo sólo se puede saber, pensar y decir en relación con los medios que transmiten ese conocimiento. De esta forma, la historia de la memoria es también una historia de los medios que la preservan: la oralidad, la escritura; el documento, el archivo, la imprenta, la fotografía y, en la actualidad, la computadora. Si bien es posible identificar los medios de la memoria, para los estudios culturales presenta aún un reto describir el vínculo entre medios y memoria. En su libro, Astrid Erll destaca la dimensión social y material de los medios, lo que influye en su carácter histórico y cultural variable. En este sentido, el estudio de los medios de la memoria exige reconocer su especificidad histórica y social. Sobre este aspecto cabe resaltar una de las reflexiones de Astrid Erll que ilustra el rigor teórico y metodológico de la investigación propuesta desde las culturas del recuerdo: “los espacios de la experiencia y los horizontes de expectativa, los órdenes de conocimiento y las situaciones de desafío, las prácticas y las competencias del recuerdo determinan la producción, la transmisión y la recepción de los medios de la memoria” (187), por lo que su análisis debe considerar los procesos culturales del recuerdo precisos. Estas consideraciones las traslada Astrid Erll a la ficción literaria.
La literatura, plantea Erll, juega un papel importante en las culturas del recuerdo, puesto que es un medio de la memoria colectiva. La literatura, entonces, funciona como un medio de almacenamiento, circulación y evocación de los recuerdos: se apropia “momentáneamente” de éstos y al mismo tiempo propone nuevas formas de representación de los mismos. El título del capítulo VI es ilustrativo en este sentido: “La literatura como medio al servicio de la memoria colectiva”. Astrid Erll señala la especificidad de la creación literaria en tanto expresión artística como un medio que participa de la construcción y reflexión sobre la memoria. Para ello se apoya en la reflexión de Paul Ricœur sobre el concepto de “mímesis”. En la explicación de Astrid Erll, mímesis I correspondería a la prefiguración cultural del recuerdo, mímesis II sería la configuración de la narrativa ficcional de la memoria y mímesis III, vinculado con la recepción de la obra, explicaría la refiguración colectiva (207-212). Sin embargo, desde la perspectiva de Paul Ricœur, sólo es posible acceder a la mímesis II, es decir, al texto, dejando la prefiguración cultural del recuerdo y su refiguración en el campo de las hipótesis, en el efecto de sentido. Sin embargo, Astrid Erll precisa que en el análisis de la literatura como medio al servicio de la cultura del recuerdo es necesario analizar, en primera instancia, la recepción de las obras, que sería el ámbito de la refiguración de los textos.
La literatura, aclara Astrid Erll, no es un medio de la memoria como cualquier otro. El relato ficcional se caracteriza por la posibilidad de representar un mundo interior, crear realidades alternativas, incluir datos no corroborados, e incluso, es también una forma de producción de memoria al crear “nuevas ofertas de sentido gracias a sus cualidades sistémico-simbólicas específicas” (204). En síntesis: la literatura funciona en la cultura del recuerdo como un agente evocador. Así, la literatura lleva al lector a un espacio privilegiado en el que, como parte del efecto de sentido, puede observar de forma directa hechos del pasado y por otra parte, puede al mismo tiempo aprehender las estrategias empleadas para construir dichas versiones. Este punto conduce a Astrid Erll a la narratología mnemohistórica o retórica de la memoria colectiva, tema de su último capítulo. En este apartado analiza géneros de temática histórica como son la autobiografía, la biografía, las memorias y la novela histórica. Concluye su investigación con la revisión de lo que ella denomina los “cinco modos de la retórica de la memoria colectiva”: el modo de la experiencia, el modo monumental, el modo historizante, el modo antagonista y el reflexivo. Con este último capítulo la autora aporta un nuevo enfoque de análisis literario que busca reincorporar la obra a su contexto. El enfoque narratológico propuesto por la autora forma parte de los estudios literarios mnemohistóricos. Con ello, inserta los estudios literarios en el diálogo interdisciplinario en torno a las culturas del recuerdo.